Melodie Nakachian junto a sus padres. |
Se inicia así un cautiverio de once días cuyo móvil, tras
especular con diversas hipótesis que alimentaron las dudas acerca del turbio pasado
del empresario libanés, se concreta en un rescate económico de mil quinientos
millones de pesetas.
Las negociaciones, iniciadas con la publicación de un
anuncio en el diario Sur, son dirigidas por un policía que se hace pasar por el
portavoz de la familia y consigue rebajar la petición hasta trescientos
millones.
El secuestro trasciende las fronteras españolas y tiene un
seguimiento informativo internacional. El padre de la niña y un grupo de
empresarios de la Costa del Sol ofrecen sustanciosas recompensas a cambio de cualquier
pista, mientras la princesa Kimera protagoniza dramáticos llamamientos a los
secuestradores mostrando su disposición a pagar el rescate.
Las investigaciones, sin embargo, se ven favorecidas por la
fortuna cuando una mujer encuentra en Benalmádena la cartera de uno de los
secuestradores con el borrador de uno de los mensajes dirigidos a la familia.
Una brillante operación de los GEO pone final a este secuestro el 20 de
noviembre. Un año después era detenido Jean Louis Camerini, cerebro de la banda
francesa que perpetró el delito.
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