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miércoles, 8 de abril de 2020

Pablo García Baena, premio Príncipe de Asturias

El 15 de junio de 1984 el poeta cordobés Pablo García Baena, afincado en Málaga desde hacía años, recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

García Baena, nacido en Córdoba en 1921, cursó sus estudios y pasó su adolescencia y juventud en su ciudad natal. En 1947, junto con los poetas Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López, y los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana, forma el grupo Cántico, en el que destaca por su esplendorosa maestría, editando la revista del mismo nombre, que hoy constituye uno de los episodios claves para estudiar y conocer la evolución de la poesía española contemporánea, al mantener viva y legar a las nuevas generaciones las lecciones estéticas de los poetas del 27.

Pablo García Baena.
Su obra poética, breve, intensa y rigurosa, ha sido objeto de numerosas reediciones y compilaciones, habiendo sido nombrado Hijo Predilecto y recibido la Medalla de Oro de Córdoba, en 1984, año en el que también obtiene el Premio Príncipe de Asturias de las Letras "por su perseverancia en el cultivo de una actitud estética independiente". También fue Hijo Predilecto de Andalucía en 1988 y se le concede el Premio de las Letras Andaluzas en 1991. También fue el primer director del Centro Andaluz de las Letras.

Si la obra de García Baena siempre tuvo un pie en la sensualidad y otro en la devoción, también su trayectoria tiene dos etapas, por una parte, la aparición en 1946 de su primer libro, Rumor oculto supuso la revelación de una voz romántica y elegíaca que no encontró lugar en una España poéticamente dividida entre el clasicismo oficialista y la poesía social, que terminó convirtiéndose en la tendencia dominante.

De otra, a partir de los Tttulos como Antiguo muchacho, Junio y Óleo, publicados a lo largo de una década, corrieron una suerte parecida. Con todo, un año después de su estreno como autor, García Baena participó en la ya reseñada iniciativa señera en la literatura española de posguerra, la aparición de la revista Cántico, que daría nombre a todo un grupo de poetas cordobeses.

Una revista ha pasado a la historia, además de porque el tiempo terminó dando la razón a sus fundadores, porque en 1955 publicó un mítico número de homenaje a Luis Cernuda, exiliado en México y que fue el primer toque de atención desde la España interior hacia un poeta de la España peregrina, el autor del 27 que más ha influido en las generaciones posteriores.

Pese a todo, a aquel tiempo de efervescencia le siguió un particular tiempo de silencio. En 1965 el poeta se traslada a Málaga y abre en Torremolinos una tienda de antigüedades, El Baúl. A ella se consagrará hasta la jubilación.

Su poesía vivió una travesía del desierto hasta que la Generación del 68, la de los novísimos, con Luis Antonio de Villena y Guillermo Carnero a la cabeza, reivindicaron en estudios y antologías una obra cuyo esteticismo culturalista enlazaba a la perfección con el de los jóvenes del momento.

En 1978, dos décadas después de publicar su último poemario, Pablo García Baena daba a la imprenta Antes que el tiempo acabe. Cuatro años más tarde, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. No cabía mayor reconocimiento.

Años después, sin embargo, el poeta cordobés unía la alegría interminable de entonces a la tristeza por el cierre de El Baúl, que coincidió con el galardón: “La tienda siguió el sino de Cántico: ofrecía cosas que no eran lo que la gente compraba. Nos resistíamos a poner vulgaridades, souvenirs y postales. Cerramos porque no era negocio, como no fue negocio poético Cántico”, manifestó entonces el poeta.

Libros como Fieles guirnalda fugitivas (1990) y Los campos Elíseos (2006) o la concesión en 2008 del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante del género, fueron la demostración de que la vida y la poesía habían dado una segunda oportunidad a un hombre al que su colega José Manuel Caballero Bonald no dudó en describir como “un bien nacido que no ha osado nunca contradecirse”.

Aunque hizo en un libro de retratos corrosivos en el que pocos salen bien parados. García Baena, querido por viejos y jóvenes, era uno de esos pocos. Reinstalado en Córdoba en 2003, en los últimos años había seguido escribiendo poemas destinados a un libro con título provisional: Claroscuro. Era, decía, la palabra que mejor describía el final de su vida. Y lo decía con una sonrisa.

Murió en Córdoba, cuando contaba con 96 años, el 14 de enero de 2018, a causa de una complicación respiratoria. Hacía dos años que había empezado a despedirse del mundo porque su vista ya no era la que había sido, todo un golpe para alguien que encontró en la belleza la razón de su vida.


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