García
Baena, nacido en Córdoba en 1921, cursó sus estudios y
pasó su adolescencia y juventud en su ciudad natal. En 1947, junto
con los poetas Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio
Aumente y Mario López, y los pintores Miguel del Moral
y Ginés Liébana, forma el grupo Cántico, en
el que destaca por su esplendorosa maestría, editando la revista del
mismo nombre, que hoy constituye uno de los episodios claves para
estudiar y conocer la evolución de la poesía española
contemporánea, al mantener viva y legar a las nuevas generaciones
las lecciones estéticas de los poetas del 27.
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Pablo García Baena. |
Su
obra poética, breve, intensa y rigurosa, ha sido objeto de numerosas
reediciones y compilaciones, habiendo sido nombrado Hijo
Predilecto y recibido la Medalla de Oro de Córdoba, en
1984, año en el que también obtiene el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras "por su perseverancia en el cultivo
de una actitud estética independiente". También fue Hijo
Predilecto de Andalucía en 1988 y se le concede el Premio de
las Letras Andaluzas en 1991. También fue el primer director del
Centro Andaluz de las Letras.
Si
la obra de García Baena siempre tuvo un pie en la sensualidad
y otro en la devoción, también su trayectoria tiene dos etapas, por
una parte, la aparición en 1946 de su primer libro, Rumor oculto
supuso la revelación de una voz romántica y elegíaca que no
encontró lugar en una España poéticamente dividida entre el
clasicismo oficialista y la poesía social, que terminó
convirtiéndose en la tendencia dominante.
De
otra, a partir de los Tttulos
como Antiguo
muchacho,
Junio
y Óleo,
publicados a lo largo de una década, corrieron una suerte parecida.
Con todo, un año después de su estreno como autor, García
Baena
participó en la
ya reseñada iniciativa
señera en la literatura española de posguerra, la aparición de la
revista Cántico,
que daría nombre a todo un grupo de poetas cordobeses.
Una
revista ha pasado a la historia, además
de porque el tiempo terminó dando la razón a sus fundadores, porque
en 1955 publicó un mítico número de homenaje a Luis
Cernuda,
exiliado en México
y que fue
el primer toque de atención desde la España interior hacia un poeta
de la España
peregrina, el autor del 27 que más ha influido en las generaciones
posteriores.
Pese
a todo, a aquel tiempo de efervescencia le siguió un particular
tiempo de silencio. En 1965 el poeta se traslada a Málaga y
abre en Torremolinos una tienda de antigüedades, El Baúl.
A ella se consagrará hasta la jubilación.
Su
poesía vivió una travesía del desierto hasta que la Generación
del 68, la de los novísimos, con Luis Antonio de Villena
y Guillermo Carnero a la cabeza, reivindicaron en estudios y
antologías una obra cuyo esteticismo culturalista enlazaba a la
perfección con el de los jóvenes del momento.
En
1978, dos décadas después de publicar su último poemario, Pablo
García Baena daba a la imprenta Antes que el tiempo
acabe. Cuatro años más tarde, recibió el Premio Príncipe
de Asturias de las Letras. No cabía mayor reconocimiento.
Años
después, sin embargo, el poeta cordobés unía la alegría
interminable de entonces a la tristeza por el cierre de El Baúl,
que coincidió con el galardón: “La tienda siguió el sino de
Cántico: ofrecía cosas que no eran lo que la gente compraba.
Nos resistíamos a poner vulgaridades, souvenirs y postales. Cerramos
porque no era negocio, como no fue negocio poético Cántico”,
manifestó entonces el poeta.
Libros
como Fieles guirnalda fugitivas (1990) y Los campos Elíseos
(2006) o la concesión en 2008 del premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana, el más importante del género, fueron la
demostración de que la vida y la poesía habían dado una segunda
oportunidad a un hombre al que su colega José Manuel Caballero
Bonald no dudó en describir como “un bien nacido que no ha
osado nunca contradecirse”.
Aunque
hizo en un libro de retratos corrosivos en el que pocos salen bien
parados. García
Baena,
querido por viejos y jóvenes, era uno de esos pocos. Reinstalado
en Córdoba
en 2003, en los últimos años había seguido escribiendo poemas
destinados a un libro con título provisional: Claroscuro.
Era, decía, la palabra que mejor describía el final de su vida. Y
lo decía con una sonrisa.
Murió
en
Córdoba,
cuando contaba con 96 años, el
14 de enero de 2018, a causa de una complicación respiratoria. Hacía
dos años que había empezado a despedirse del mundo porque su vista
ya no era la que había sido, todo un golpe para alguien que encontró
en la belleza la razón de su vida.
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