Durante el XIX, el barbero-cirujano era una figura habitual de los barrios populares, donde se mezclaban oficios artesanos, obreros y marineros. En el centro de la ciudad había barberías más refinadas, que servían a la burguesía y a comerciantes extranjeros.
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| Hospital de las Atarazanas. |
En muchas casas-barbería existía un sillón alto de madera junto a una palangana de loza; frascos con alcohol, navajas, sanguijuelas y tijeras y habitualmente un letrero pintado a mano: “Se sangra y se afeita”.
La barbería era también un centro social, lugar de reunión, confidencias, y rumor político. A menudo los barberos sabían leer, algo no tan común en la época y podían escribir cartas o leer el periódico a sus clientes.
En Málaga, el Ayuntamiento y la Junta de Sanidad comenzaron a exigir permisos y registro de practicantes. Una Real orden fechada en Madrid el 14 de diciembre de 1817 daba cuenta al Ayuntamiento de Málaga de que Fernando VII había atendido «la solicitud de la Junta Superior Gubernativa de Cirugía, relativa al establecimiento de un Colegio de enseñanza de aquella actividad en el hospital de las Atarazanas». Un centro, de efímera vida.
Pese a ello, durante toda la segunda mitad del siglo, los barberos siguieron practicando curas menores, sobre todo en barrios y pueblos donde no había médicos. En los padrones municipales se los mencionaba como, “barbero y sangrador”, “barbero-cirujano”, “practicante”, o simplemente “barbero”.
Aunque los nombres concretos varían según fuentes, hay registros de barberos en los padrones municipales de Málaga (1830–1875), conservados en el Archivo Municipal de Málaga, donde figuran barberos en los barrios de San Pablo, Perchel y Trinidad. En el Hospital Civil de Málaga, en sus primeros años, los “practicantes de cirugía” muchas veces procedían del gremio de barberos. Algunos de los nombres de los barberos más populares aparecen mencionados en crónicas costumbristas locales, como las de Narciso Díaz de Escovar.
Hacia finales del siglo XIX, los barberos-cirujanos fueron desapareciendo como tales, los practicantes y enfermeros asumieron las funciones sanitarias, mientras que los barberos se especializaron en peluquería y estética, mientras que las barberías sobrevivieron como centros sociales masculinos, pero ya sin el instrumental médico. El viejo cartel “Se sangra y se afeita” fue sustituyéndose por “Peluquería” o “Salón de afeite”.
Un extraordinario profesional en la Málaga de mediados del siglo XVIII fue el doctor Fernández Barea, fundador en 1757 de la Academia de Ciencias Naturales y Buenas Letras, precursora de la actual Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y de la Academia Malagueña de Ciencias. Este facultativo realizó una importante labor de difusión de la ciencia de su época, al menos hasta que fue destinado a Madrid como médico de Cámara de Carlos IV en 1793
