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Entrada al cementerio inglés. |
Hasta
la creación de este cementerio, la muerte de un protestante en
España suponía un problema muy serio puesto que no existía
un marco legal para tal eventualidad. Puesto que los cementerios
estaban santificados a la fe católica, en España no se
podían enterrar los cadáveres de todos los que no profesaran dicha
religión. En Málaga, en particular, para realizar
enterramientos no católicos las autoridades locales solo permitían
llevar los cadáveres a la playa de noche a la luz de las antorchas
para ser enterrados de pie en la arena dejándolos a la merced de las
olas y los perros.
William
Mark, cónsul británico a partir de 1824, que había sido
testigo de estos entierros, puso toda su dedicación en buscar un
terreno que sirviese de cementerio para que los miembros de su
comunidad pudieran recibir un enterramiento digno.
Finalmente
en 1829 las autoridades malagueñas le cedieron un terreno despoblado
en las afueras de la ciudad cerca de la carretera de Almería
y el cementerio inglés se hizo realidad. Según el registro de
enterramientos la primera persona que fue inhumada en el nuevo
cementerio fue un tal Mr George Stephens, propietario del
bergantín “Cicero”, que se ahogó accidentalmente en el
puerto de Málaga en enero de 1831.
Posteriormente
ese mismo año se levantó un muro y la primera persona en ser
enterrada intramuros fue Robert Boyd, fusilado en Málaga
por su participación en la insurrección fracasada de los liberales
en diciembre de 1831 junto con el general Torrijos. Junto a
él, en esta necrópolis, hay enterrados muchos personajes que han
contribuido a que la ciudad de Málaga se configure tal y como
la conocemos hoy en día.
Personajes
como los escritores Jorge Guillén, Gerald Brenan, el
autor finlandés Aarne Haapakoski o Marjorie
Grice-Hutchinson también encontraron su reposo final en este
camposanto.
Durante
más de 175 años el cementerio fue administrado por los sucesivos
cónsules británicos con una pequeña aportación del gobierno de
las islas que fue retirada en 1903, lo que hizo que poco a poco, el
mantenimiento del camposanto y sus jardines fue decayendo hasta
llegar a un estado de práctico abandono a finales del siglo XX.
Debido
al vacío legal en el cual se encontraba la necrópolis, el cónsul
inglés Bruce McIntyre decidió que la mejor solución era la
de traspasar los terrenos a una fundación que pudiera volver a
encontrar financiación para poner en valor el monumento. En 2006, la
propiedad del cementerio se traspasó a la Fundación Cementerio
Inglés de Málaga, una entidad sin ánimo de lucro, fundada para
preservar, mantener y administrar el cementerio como parte del legado
histórico de la ciudad.