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Un corralón malagueño en 1941. |
El incremento significativo de población junto a la falta de
abastecimiento e higiene agravan las consecuencias de esta epidemia, negada por
las autoridades, pero ante la que se adopta una estrategia represiva, reclusión
de personas sucias y evacuación de mendigos con el anuncio de multas a quienes
les ayuden. Entretanto, el estricto control de abastecimientos impide la
llegada de jabón.
Esta política no sanitaria, sino de orden público, favorece
que entre abril y julio aumente la mortandad en Málaga en 1.619 casos. En la segunda mitad del año el Ayuntamiento afronta el problema con
mayor rigor, habilita un hospital de infecciosos, crea una estación de
desinsectación y limpieza, en donde se facilita ropa limpia a quienes acuden,
desinfecta el transporte público y suspende la Feria de Agosto, corrigiendo el error cometido con las
aglomeraciones de Semana Santa.
En septiembre se decreta el final de la epidemia aunque
todavía se producirán nuevos brotes en los dos años siguientes.
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