En el biblioteca Cánovas del Castillo de Málaga se encuentra depositada la Memoria, editada por “El Avisador Malagueño”, sobre el eclipse total de sol que fue visible desde Málaga el día 22 de diciembre de 1870. Una publicación que narra de manera pormenorizada el desarrollo del citado fenómeno y la expectación que causó entre la población.
Eclipse total de sol sobre Málaga.
Un hecho y sus circunstancias explicadas con un curioso lenguaje de la época, que hace aún más llamativo el evento. La línea central del eclipse no pasaba por la ciudad de Málaga, lo que desposeía al fenómeno de algunas circunstancias importantes o curiosas. Cada cual se disponía a observarlo de la mejor manera posible, ansioso de presenciar un espectáculo extraordinario, y deseoso de apropiarse de los detalles mas inesperados. Según informaciones de la época, los malagueños se agolpaban en azoteas y terrazas.
“Esta afición general invadió a una reunión de amigos que se dispusieron también a hacer sus pequeños estudios, sin otro deseo que apoderarse como mejor pudieran del fenómeno, conociendo desde luego la imperfección de los instrumentos que tenían necesidad de usar ante la carencia de otros muchos necesarios, y no olvidando nunca lo escaso de sus conocimientos, para que sus observaciones llegasen siquiera a merecer la calificación de científicas”.
Según consta en la citada Memoria, “determinóse en una junta preparatoria, la forma y distribución de los trabajos, y se acordó observar en cada uno de los dos días anteriores al fenómeno, el tamaño y posición relativo de las manchas solares”.
De las observaciones telescópicas se encargaron monseñor Tomás Bryan, que fue nombrado presidente de la comisión, Domingo Ornela y José Sancha, a quien se encomendó también la confección de los dibujos del sol en los momentos mas notables del eclipse.
La descripción de la gloria y aurora con la dirección, color, forma ó intensidad de los rayos luminosos fue confiada a Manuel Hernández. Las marcaciones de la hora de tiempo medio del meridiano de Málaga, en cada uno de los instantes exigidos por el jefe que había de seguir la marcha del fenómeno, se habían de dar por un relojero, provisto de un cronómetro, cuyo estado absoluto y movimiento estaban calculados de antemano. Confiando las observaciones meteorológicas a Juan J. de Salas. En definitiva, se organizó una escrupulosa atención hacia todo aquello que no tenía un encargado especial, o a lo que de imprevisto ocurriese digno de ser tomado en consideración.
“Se dispuso para observatorio un espacioso anden de la Catedral, abrigado por altas murallas por el Norte, y medianamente defendido por el Este y Oeste, pero con acceso a grandes horizontales por el lado del Mediodía”.
“Su nivel se halla elevado sobre el del mar 27 metros. No disponíamos de anemómetro indicador de fuerza, ni de higrómetros de confianza. Los termómetros de sol y sombra, así como la brújula y barómetros, estaban colocados en lugares libres de influencias extrañas que pudieran alterar la exactitud de los resultados”.
“En los dos días anteriores al del eclipse, el cielo apareció cubierto, y un fuerte viento noroeste no permitía el manejo de los instrumentos. Se temió también, que la presencia de una pequeña lluvia que sobrevino el día 21, provocaría que nuestros trabajos fueran estériles, y que las nubes impedirían por completo la aparición del fenómeno”, seguía el relato de la Memoria.
“Amaneció despejado el día 22, mas los cúmulos amontonados a Poniente fueron extendiéndose poco a poco, y el Sol no pudo lucir por largas horas sino a cortos intervalos. No obstante, momentos antes de la inmersión apareció el Sol en un claro, y pudo tomarse una imagen de él. También se hicieron sucesivamente algunas observaciones termométricas al Sol”, concluía el informe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario