Teodoro Reding fue un general del ejército español, considerado héroe de la Guerra de la Independencia, que ocupó diversos cargos en el seno de las Fuerzas Armadas, pero en esta ocasión se relaciona con la Historia de Málaga por su papel de gobernador de la capital, nombrado por el rey Carlos IV, y por su intento de transformar la ciudad en una urbe moderna.
Teodoro Reding. |
Testimonio de sus intenciones y una buena muestra de la Málaga de principios del siglo XIX es el bando que dictó el 19 de agosto de 1806 en el que, entre otras muchas cosas ordenaba que nadie blasfemara de Dios, la Virgen ni sus santos, ni hiciesen votos ni juramentos.
El curioso documento, que se reseña aquí en el lenguaje de la época, señala que ninguna persona consintiese en su casa, juegos prohibidos, y en los de truco, billar y otros no se tuvieran más interés que el permitido por la Real Pragmática de 8 de octubre de 1771.
En la misma legislación, recogida por la prensa de la época, se disponía que no se permitiese el uso de armas. Que regresasen a sus pueblos aquellas personas que por la escasez de años anteriores llegaron a Málaga en busca de medios de vida, no tuvieran oficio o empleo conocido. Además de que se investigase a los que vivían en la vagancia, considerándose como vagos a los que siendo hombres útiles se dedicasen a vender por las calles comestibles innecesarios para el abasto común.
Además, se disponía que se recogiesen a los niños dedicados a pedir limosna, abandonados y perdidos y que los conductores de legumbres y frutas, las exhibiesen en los sitios destinados al efecto, sin intervención de regatones (sin regatear). Por otra parte, se ordenaba que se proveyesen de licencia los dueños de fondas, mesones, cafés, y otros establecimientos, bajo pena de tres días de cárcel, por la primera vez.
También se ordenaba a los carniceros que no hicieran distinciones, ni ajustes privados, ni defraudes en el peso. Que los comestibles no se ocultasen para aumentar los precios, ni se vendiesen en otros precios que los fijados por arancel. Que las tiendas, tabernas y puestos de licores, se cerrasen una hora después de Oraciones.
Además se ordenaba que los maestros de obras no las emprendieran sin reconocimiento de los Alarifes públicos. Que los médicos y cirujanos diesen parte de las enfermedades contagiosas y de los heridos que curasen. Que al ocurrir un incendio se avisase a la Parroquia y acudiesen a cortarlo los Alarifes y carpinteros.
Por último y además de otras disposiciones, se ordenaba que los marineros regresasen a sus barcos lo más una hora después de Oraciones y los que vagasen fuesen llevados a los Cuerpos de Guardias. Todas las multas se pasarían al Tesorero de la Real Hacienda.
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