Mastodon Málaga y sus historias: El Bazar Aladino

lunes, 4 de septiembre de 2023

El Bazar Aladino

 Situado en la confluencia entre la antigua N-340 y la calle de bajada hacia La Carihuela, en pleno centro de la efervescencia vacacional y de ocio de los primeros años del boom turístico de Torremolinos, este pequeño edificio de equipamiento comercial es, quizá, el primer ejemplo de arquitectura exclusivamente destinada al uso turístico que se construye en la Costa del Sol malagueña.


Bazar Aladino.


El Bazar Aladino demuestra que la carretera N-340 estableció una nítida frontera entre “el interior” terrestre y la zona sur consagrada al ocio marítimo. Esta singular construcción juega a ser un barco anclado en la cinta asfaltada, de modo que se podría aparcar el coche por allí cerca, atravesar la pasarela de entrada, y navegar ilusoriamente por un mar azul.

El Aladino, proyectado en 1953 por el arquitecto malagueño Fernando Morilla, se apoya en la tradición del art deco aerodinámico, tan importante en la arquitectura de entreguerras. El transatlántico fue concebido como un modelo utópico para las construcciones en tierra firme: a la evidente funcionalidad de los espacios, se sumaban las connotaciones placenteras de la travesía. De este modo los numerosos edificios-barco levantados desde los años veinte pretenden enfatizar varias cosas que el Movimiento Moderno consideraba complementarias: eficiencia industrial, higiene y alegría.

Pero en el Torremolinos de los años cincuenta la situación era ya muy distinta. El desarrollo de la Costa apuntaba hacia el ocio masivo para consumo internacional. Las actitudes serias o las posturas radicales resultaban más bien inconvenientes, de modo que este bazar no tiene tanto que ver con los edificios-barco ejecutados antes de la Guerra .

Para empezar, todos los rasgos formales son muy exagerados, la pasarela que una la carretera con la “cubierta”, convierte a toda la pendiente que baja hasta la playa en un mar imaginario en cuyas olas se mece el Aladino; los remaches que simulan unir las planchas metálicas del supuesto barco, son enormes, reafirmando así su carácter simbólico; la “proa” del navío, apuntando hacia la costa, está constituida, en realidad, por una cascada de voladizos encabalgados con base redondeada, una clara referencia a la tradición “aerodinámica”; no faltan las características barandillas metálicas, ventanas circulares y tubos de respiración.

La torre de control es un enfático organismo vertical, bien visible desde la carretera. Hay que imaginarse el efecto publicitario de este edificio a mediados de los años cincuenta, cuando el boom constructivo de los alrededores todavía no había estallado.

Su inequívoca forma emblemática anunciaba la vocación distendida del lugar invitando a un ocio “divertido” con un guiño de complicidad. De la militancia maquinista de entreguerras se había pasado al estilo del relax.

En la planta baja se sitúa el centro comercial propiamente dicho, sobre la cubierta del barco, a través de la cual tiene su acceso, se encuentra el núcleo de tiendas. Una escalera lateral nos conduce a planta primera, mucho más reducida, ocupada por un restaurante rodeado así mismo de una segunda “cubierta”. Desde aquí, por último, se accede a la “chimenea” del barco, lugar en donde se colocan los aseos.

Remaches y ojos de buey, mástiles y barandas invitan a realizar una feliz travesía a bordo, siguiendo el vaivén de las olas y el deambular de turistas, en el eterno verano costasoleño.

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