Una de las figuras populares que han desaparecido de las calles de Málaga, ha sido la del quincallero, que era un vendedor ambulante con material para la costura. Era habitual que cuando llegaba el quincallero y pregonaba su mercancía diciendo ¡barato, barato!, las mujeres y los niños salían y se arremolinaban a su alrededor.
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Quincallero en las calles de Málaga. Archivo: Unicaja. |
Algunos de estos vendedores se transportaban en una moto pequeña, a la que se adosaba un cajón con muchos departamentos donde trasportaba sus mercancías. Le compraban colonia, brillantina, bobinas de hilo y los encargos. A veces le pagaban con habas, alcachofas o huevos, el trueque (o intercambio) como forma de pago que ha subsistido hasta hace poco tiempo.
Para poner de relieve la importancia de alguno se estos personajes en su entorno social, se puede añadir que, según publicaba el colaborador de la revista El Observador, Dela Uvedoble, «en el barrio de la Trinidad se recibía junio con alegría, no era para menos trayendo su fiesta; la llamaban Corpus chiquito aquellos que solo tenían grande las ganas de salir palante con poco más que salero. En mayo se encalaban fachadas y patios poniendo cada uno sus perrillas pá la cal y se arreglaban las macetas. La mañana del domingo onomástico amanecían las calles limpias, baldeadas la víspera. Eugenio, el quincallero, era el encargado de levantar un altar al principio de la calle, también orientaba a las vecinas en el adorno de los patios. Por ser sarasa tenía un gusto exquisito».
El mismo autor señalaba que «el momento álgido era por la tarde cuando procesionaba la virgen, antes se despejaba la calle para que cupiese el trono. El quincallero recogía sus preciosos jarrones de calamina y las ricas telas prestadas para el altar, no fueran a desgraciarse; las colchas volverían ventiladas al baúl revestido de lata coloreada».
Hasta el Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz, en 1810, se hace referencia al quincallero, ya que el diputado José Manuel Freyre Castrillón era conocido con el sobrenombre del quincallero porque su padre tenía un negocio de este género.
Un curioso personaje.
ResponderEliminarAntes los vendedores ambulantes eran muy habituales. Ahora solo priva la recaudación, nos les permiten vender si no obtienen el costoso permiso de venta ambulante y siempre que el ayuntamiento de el visto bueno y le diga la zon, día y horas en que puede vender. Es lamentable, cómo no se va a perder, si hasta los comercios se quejan de ellos. Es todo muy triste y penoso. Un abrazo
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