Antes de partir hacia París,
Marlon Brando declara que Torremolinos es muy popular en Hollywood y que "no hay otro sitio
igual para tomar el sol y descansar". No obstante, el lugar a menudo
colisiona con las normas de moralidad que rigen en España. Si la noche cuenta con un cierto grado de permisividad, en
cambio el incumplimiento indecoroso de las normas sobre trajes de baño da lugar
a frecuentes multas de 150 pesetas a turistas de ambos sexos y de cualquier
nacionalidad.
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Marlon Brando. Foto: blog aqueltorremolinos.es. |
El 23 de enero de 2010, el periodista Lucas Martín recordaba en el diario La Opinión de Málaga esta y otras visitas de famosos, señalando que
“mucho antes de los alarmismos del
bikini y de la importación encadenada de palmeras, Torremolinos era más que un lugar de vacaciones, que un refugio
selecto del sur de Europa. Su
mención equivalía a un edén despejado en Occidente, a una tentación exclusiva,
reputada, envidia de islas y de paraísos azules. Las virtudes que engalanan al Índico y a la picassiana Antibes, a Los Hamptons, serían un principio de vulgaridad impostada comparada
con las que revestían a la Costa del Sol.
No es una exageración. La ciudad seducía a princesas, a aristócratas, a
artistas que vivían a miles de kilómetros y no entendían de la bendición de la
oferta y de los vuelos chárter”.
En la misma crónica Lucas Martín reseñaba, “Era 1957. La
industria turística apenas despegaba, pero
Torremolinos parecía otra cosa. Un torrente que con pocos hoteles había
conseguido convertirse en el último delirio de las clases más pudientes, en el
ventanal oculto y tolerado de un país decadente, pulverizado por las secuelas
de la guerra y la dictadura. Los ídolos de masas nacían en otros océanos. ¿Qué
magnetismo ejercía Málaga para
hipnotizar a las élites? Se podrían trenzar descripciones con fondo de
literatura andaluza y gargantilla de cuello noble, pero basta con comprobar sus
resultados. Torremolinos cautivaba.
Tanto como para enredar al actor del moda, el legendario Marlon Brando”.
La interesante crónica del citado periodista de La Opinión seguía diciendo, “El
rebelde, el hombre del millón de admiradoras, se alojó en la Costa del Sol de manera inopinada, casi
anónima. Su vida en Torremolinos está
rodeada de silencio y despierta dos hipótesis: o actuaba con discreción de búho
o tenía muy buenos e insobornables confidentes. La opción de que pasara
desapercibido es harto improbable. Cuando aterrizó en Málaga, Marlon Brando ya
era el capataz de Hollywood, había
rodado ´Un tranvía llamado deseo´ y
contaba con un Óscar, concedido por
su papel inmortal en ´La Ley del silencio´.
La crónica de Lucas
Martín añade que “Aquí el protagonista de ´El Padrino´ no se prodigó por la cultura de noche. Al contrario que
otras celebridades de la época, caso de Frank
Sinatra, su periplo malagueño transcurrió sin sobresaltos. La prensa ni se
enteró. El actor acababa de coronarse como nuevo rey del cine americano, tenía
33 años y aún arrastraba los traumas que han forjado su leyenda biográfica. La
versión de Brando en Málaga fue la
íntima y metafísica. En la misma arena en la que rodarían las españoladas, el
icono de los sesenta se paseaba, probablemente en tono melancólico, con ganas
de arrojar piedras al Mediterráneo y
pensar, como un poeta lacustre, en los recuerdos de su infancia. Amargos, por
lo que se sabe.
La misma crónica termina diciendo que, “Marlon no fue la única superestrella que enrumbó hacia la Costa del Sol en 1957. La promoción,
ese año, caló profundo entre los artistas de Hollywood. En enero, en plena temporada baja, Torremolinos acogió a su compañera en ´Un tranvía llamada deseo´, la malograda Vivien Leigh, doña Escarlata
O´Hara, que se hospedó junto a su marido, el también archiconocido Laurence Olivier”.