Lo mismo que sucedía en Madrid, París, Londres, Venecia o Amsterdam, los cafés malagueños se convierten desde finales del XVII en un elemento central de la vida social. Numerosos viajeros sostienen que en Málaga se consume el mejor café del mundo.
En los establecimientos donde se consume café se forman las tertulias en las que se discuten las cuestiones de la agitada vida política y social de la época. Y en las primeras décadas del siglo XX mantienen su vigor como centros de actividad social capaz de aglutinar, con su variada oferta, a todos los grupos sociales.
Hay cafés portuarios, obreros, aristocráticos, populares, políticos, espacios de diversión para los calaveras de ese tiempo y lugares de esparcimiento para la clase trabajadora. Casi todo ocurre en los cafés, salvo la incorporación de la mujer en igualdad de condiciones que los hombres.
En Málaga, las noticias corren y se comentan en el Café Madrid o el Senado de calle Granada, La Loba o el España en la Plaza de la Constitución, y tantos otros que trazan el itinerario de los grandes cafés de la ciudad. Como los divanes de Ariza o Juan Rico, el Gallo, el Suizo en calle Compañía, el Duque frente a la Aduana, o los más marineros de la Maestra y el Canarias.
En Málaga también triunfan los cafés cantantes, escenarios privilegiados para el arte flamenco. Acaba de desaparecer el célebre Café del Sevillano, situado en la calle Siete Revueltas, después convertida en la Plaza de las Flores, muy conocido en toda España por tener las mejores voces de la época, igual que el Café del Turco. Los cafés de la ciudad se reinventan constantemente, abriendo y reabriendo con los mismos o diferentes nombres, con parroquianos fieles y visitantes de ocasión.
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