La reciente publicación de la novela del escritor malagueño Antonio Soler ‘Sacramento’, ha hecho saltar a los medios de comunicación una historia de la posguerra, que supuso todo un acontecimiento social y que tuvo como escenario la ciudad de Málaga, se trata de las hipolitinas. Unos hechos que corrieron de boca en boca por toda la ciudad y que llegó incluso a la Santa Sede, donde el Papa Juan XXIII mandó aplicar la justicia de la Iglesia para herejes e iluminados a todos los que se vieron inmersos en el suceso.
Iglesia de La Merced. |
El protagonista de la historia fue Hipólito Lucena Morales, nacido en Coín en el año 1907. Quedó huérfano de padre y madre a muy temprana edad. Por ello, ingresó en el Seminario Diocesano de Málaga con diez años, para acabar siendo ordenado sacerdote en el año de 1930.
Cuando se produjo el golpe de Estado del general Franco, que fracasó estrepitosamente en Málaga, Hipólito Lucena fue detenido el 22 de julio del año 1936 junto con 48 sacerdotes más, ingresado preventivamente en prisión. Se libró de ser fusilado casi milagrosamente, suerte que no corrieron sus hermanos José e Hilario, que acabaron sus vidas frente al paredón.
Una vez finalizada la Guerra Civil, el obispo Balbino Santos nombró a Hipólito Lucena ecónomo de la Parroquia de Santiago, hasta que en 1940 con apenas 32 años de edad obtuvo la plaza de párroco en propiedad. A partir de este momento se dedicó activamente a la caridad y su labor pastoral le llevó a participar en la recuperación de la Semana Santa malagueña, especialmente en las cofradías de Jesús el Rico y del Rescate, para más tarde ganarse la confianza del nuevo obispo, Ángel Herrera Oria, que le nombró arcipreste de Málaga y posteriormente secretario de Cámara y del Gobierno del Obispado.
Según diversas fuentes, fue entonces cuando Hipólito Lucena, que al parecer era contrario al celibato, empezó a celebrar entre las ruinas de la Iglesia de la Merced, junto a un grupo de beatas, matrimonios místicos en su altar, caracterizados por tocamientos y actos sexuales envueltos en éxtasis. Añadir que las hipolitinas eran, en su mayoría, mujeres de buenas familias que pertenecían ala feligresía de la Iglesia de Santiago. Sus reuniones comenzaron de forma, efectivamente, espiritual, pero derivaron en ritos sexuales. Las actividades de la comunidad Hipolitina no produjo ningún recelo ante la curia eclesiástica. Sin embargo, en el año de 1959, las denuncias de una menor dieron lugar a la primera señal de alerta.
Promovida desde el Vaticano, comenzó una exhaustiva investigación que descubrió que en realidad la congregación era una farsa para ocultar las relaciones carnales de Hipólito con sus seguidoras y que bajo la apariencia de un supuesto orfelinato, eran recogidos los niños abandonados, nacidos fruto de las relaciones sexuales practicadas por sus miembros.
Entonces llegó el habitual secretismo de la Iglesia, mientras que la justicia civil dio la espalda a lo sucedido y la policía se ocupó de que los hechos no se difundieran entre la población. Lo cierto es que Hipólito, que era autor de varios delitos no fue juzgado por ellos, ya que fue la justicia eclesiástica quien se encargó de entender en el caso.
Se reunió la Sagrada Congregación del Santo Oficio que condenó a Hipólito a la prohibición expresa de ejercer el sacerdocio. Discretamente fue enviado a un monasterio en los Alpes austriacos hasta que una vez que pareció que se había olvidado lo sucedido, se le permitió regresar a Coín, donde murió en el año de 1981. Lo que parece probado es que los hechos relatados tuvieron entre otras consecuencias en Málaga la demolición de la Iglesia de la Merced que se convirtió en un solar.
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