Málaga en 1900 era una ciudad en transformación. Aunque aún sufría los efectos de la crisis económica del siglo XIX, como el colapso de la industria siderúrgica local y las enfermedades como la filoxera en el viñedo, seguía siendo un centro comercial importante, con burgueses, comerciantes y terratenientes que requerían servicio doméstico.
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El Limonar hacia 1900. |
Como explica el historiador Víctor M. Heredia Flores en su ‘Mirada recuperada. Memoria de Mujeres en las calles de Málaga’, el servicio doméstico incluía varias actividades que tenían como denominador general la nula preparación requerida, la exigencia de sumisión, las retribuciones mínimas y el ser una ocupación considerada tradicionalmente exclusiva de las mujeres.
Al realizarse en el ámbito familiar constituía prácticamente la única salida laboral para las chicas que emigraban del campo a la ciudad y para las muchachas de los barrios más humildes. En 1910 había cinco mil mujeres trabajando en el servicio doméstico en Málaga. La preocupación oficial por la vigilancia del servicio doméstico se demuestra en la aprobación de normas específicas de control como los reglamentos de 1862, 1876 y 1879, resalta Heredia.
La ciudad tenía zonas con familias acomodadas, como por ejemplo, El Limonar, La Caleta o el Centro, que contrataban personal para mantener la casa y asistir en la vida diaria. El servicio doméstico de mujeres se clasificaba en criadas o sirvientas, que ayudaban en la limpieza, cocina y otras tareas domésticas y eran las más comunes; las cocineras, mujeres con más experiencia, responsables de preparar la comida; doncellas, que acompañaban y asistían directamente a la señora de la casa, para vestirla y asearla; niñera o aya, encargadas del cuidado de los niños y finalmente, la planchadora, encargada de lavar y planchar la ropa.
Entre los hombres, se encontraba el chófer, poco común aún en 1900, pero que en casas muy ricas podía existir; además del mayordomo, varón encargado de la supervisión de todo el servicio; el jardinero o mozo de cuadras, en las casas con jardines o caballerizas; y por último el portero, en edificios urbanos o casas grandes.
Sobre las condiciones laborales,
resaltar que la jornada prácticamente completa, muchas criadas
vivían en la misma casa. El salario era muy bajo y muchas veces se
compensaba con alojamiento y comida. Se esperaba lealtad y
disponibilidad total. No existía contrato laboral formal. Todo era
de palabra. Las sirvientas vivían en habitaciones pequeñas,
generalmente apartadas del resto de la casa (buhardillas, cocinas,
patios traseros) y en las casas burguesas de Málaga, había
entradas traseras y escaleras de servicio para que los criados no
usaran las zonas nobles. A algunos miembros del servicio se les
exigía que vistieran de determinada manera para marcar la
jerarquía.
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