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Greta Garbo. |
En esta ocasión un grupo de periodistas tuvo constancia de la
presencia de Greta Garbo y montó
guardia para tratar de romper su aislamiento. La Divina, como se la
denominó en los ambientes artísticos, llevaba décadas retirada y hacía lo
imposible por ocultarse del mundo y, sobre todo, de las cámaras.
Una imagen que no sólo tenía valor en la España de Franco, sino también en Hollywood.
En la década de los sesenta fotografiar a Greta
Garbo era como pescar a una estrella. Con la diferencia, en esta ocasión,
de que la actriz se escabullía bajo la doble y precaria noche de sus gafas
negras, esperando pasar desapercibida y desalentar a los que la acosaban en su persecución.
Siempre se había preocupado en ocultar alguna información,
por intrascendente que fuera, sobre su paradero, las muestras físicas de su
madurez o las razones que la habían llevado a romper con el cine.
Dieciocho años antes, y en pleno bullicio de la fama, La Divina había hecho pública su
decisión de dejarlo todo. Apenas tenía 36 años. Cuando llegó por primera vez a
la Costa del Sol, Greta sólo pensaba en escapar. Quería
que la dejaran en paz. Al parecer lo consiguió en esta nueva visita que no era
la primera a la provincia donde ya había estado antes en Benalmádena y Torremolinos,
entre otros lugares.
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