María
Zambrano
tomó posesión el
24 de marzo de 1987,
en su domicilio madrileño, del título que
le había
concedido
la universidad
malagueña
cinco
años antes.
Fue un acto breve y emotivo. La autora de Filosofía
y poesía
y Claros
del bosque,
ataviada con un ligero vestido negro y un chal blanco, prometió
fidelidad a la universidad y dio las gracias a los asistentes. En
tres ocasiones anteriores, la ceremonia de imposición había sido
pospuesta debido al precario estado de salud de la escritora, nacida
en Vélez-Málaga
y
que contaba entonces con 82
años.
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María Zambrano. |
Tras
las palabras de Juan Fernando Ortega, profesor titular de
Filosofía de la universidad malagueña, la escritora María
Zambrano se ciñó a sí misma el birrete azul celeste sobre su
cabellera blanca y ondulada de leves tonos rojizos. Posó por un
momento para los fotógrafos y las cámaras de televisión.
Había
escuchado sentada el parlamento del profesor malagueño, mientras las
autoridades académicas permanecían en pie. Un ligero gesto del
rector, José María Martín Delagado, impidió que se
levantara para la imposición del birrete, y ella misma se lo ciñó,
ladeándolo ligeramente. Más tarde, el rector malagueño repitió la
ceremonia y pronunció unas palabras de agradecimiento y afecto.
Se
trató
del segundo gran homenaje a "uno de los pensadores más
profundos y originales que ha dado
España durante
el siglo XX", como afirmó Juan
Fernando Ortega.
El anterior reconocimiento fue la concesión del Premio
Príncipe de Asturias en
1981, cuando aún estaba en el exilio.
María
Zambrano salió de España en 1939; residió en Francia,
Estados Unidos, México, Cuba, Puerto Rico y
Suiza hasta su regreso, el 20 de noviembre de 1984. Fueron,
por tanto, 45 años de ausencia, durante los que no dejó de escribir
sobre su país: Los intelectuales en el drama de España
(1937), La España de Galdós (1960), España, sueño y
verdad (1965).
A
su regreso declaró: "¿Volver a España?
Yo nunca me he ido". Considerada por el filósofo rumano Cioran
como la
más
original creadora
de los discípulos de Ortega,
su pensamiento y su palabra precisa y luminosa no dejaron nunca de
producir obras en las que relaciona disciplinas y profundizó
en la filosofía, la estética, la religión y la poesía. Ya en
1955, Zambrano
comenzaba
su
ensayo El
hombre y lo divino
con la siguiente frase: "Una cultura depende de la calidad de
sus dioses".
María
Zambrano
miraba el
día de su merecido homenaje
asustada al repleto salón de su casa. Una cincuentena de personas,
entre amigos -muchos poetas- y periodistas, asistieron a casual
autoimposición como autoridad académica.
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