En los años 20 y 30 del pasado siglo las mujeres tenían prohibido practicar el deporte del fútbol, porque los médicos consideraban que era “perjudicial para la salud”.
Pero hubo pioneras que quisieron romper las normas establecidas. Este fue el caso de Anita Carmona Ruiz, una malagueña nacida el 16 de mayo de 1908, que llegó a vestirse de hombre, cortándose el pelo y colocándose vendas en el pecho para disimular su silueta y poder jugar en los equipos masculinos de la época. Nita, como era conocida popularmente, desafió las reglas, gracias a la ayuda de algunos hombres, que le permitieron disputar partidos con el Sporting de Málaga y el Vélez CF. ‘Veleta' era el apodo que sus compañeros de equipo pusieron a Ana Carmona, “porque para jugar se transformaba en hombre”.
Nita nació en el popular barrio de Capuchinos, y era la hija menor de un estibador del puerto, donde por aquel entonces los marineros ingleses jugaban a un extraño deporte llamado ‘football’. No pasó calamidades, pero sí castigos morales y numerosas descalificaciones, cuando ya en edad juvenil participaba en los partidos que se disputaban en la explanada cercana al cuartel de Artillería y que años más tarde, en 1925, se convertiría en el campo de las Escuelas Salesianas, hoy en día el popular campo de Segalerva.
Nita Carmona cumplió su sueño y consiguió disputar numerosos partidos, primero con el Sporting de Málaga y luego con el conjunto veleño, a donde fue ‘desterrada’ por su familia tras enterarse de lo que estaba haciendo. En la capital de la Axarquía vivían unos parientes, y sus padres decidieron, por consejo de un tío médico, que lo mejor para ella era que se marchara al pueblo “para no seguir poniendo en riesgo su vida”.
El párroco Francisco Míguez Fernández fue su gran valedor. Enamorado de este deporte y al amparo de las directrices educativas salesianas, fundó el Sporting de Málaga, equipo que, con el tiempo, fue uno de los más representativos de la ciudad.
Con la creación de la Federación Sur y la Junta Local de Árbitros, se extendió la prohibición de que pudiera jugar una mujer en una competición para hombres, lo que limitó la presencia de Nita en los campos de fútbol hasta el punto de que algunos guardias urbanos controlaban, a demanda federativa, los partidos que se disputaban en Segalerva por si ella aparecía y salía a jugar, evitando así que algunos espectadores le propinaran insultos, y que al final de todo originaba una denuncia a la jugadora.
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