Puerto de Málaga en la actualidad. |
En 1624 visitó Málaga el rey Felipe IV, interesándose por las obras del puerto y aposentándose en la Alcazaba. Dos días permaneció el joven rey en Málaga asistiendo a cuantas celebraciones se prepararon en su honor. Como tantas veces, los muelles volvieron a llenarse del habitual trajinar de la industria, pescadores vendiendo sus productos, marineros que desembarcan buscando tabernas y casas de reputación más que dudosa, palanquines que descargan los fardos de los barcos, charranes de playa que “vigilaban” sus negocios, toneleros preparando sus barriles, obreros que majaban el esparto, tapabotas de playa, navieros, trajinantes,y viajeros a punto de embarcar.
Entre estos últimos uno de los más ilustres fue Diego Velázquez, que en su segundo viaje a Italia en 1649 salió del Puerto de Málaga. Acompañaba al duque de Maqueda y Nájera, que iba a Trento para recoger a la archiduquesa Mariana de Austria, prometida de Felipe IV.
El movimiento de pasajeros y el comercio con los puertos más importantes de Europa fue constante. También con el norte de África, los llamados “presidios”, ocuparon un destacado lugar en la ruta de los buques, sobre todo a Ceuta y Melilla.
El Puerto de Málaga abastecía a la última de las citadas mediante el llamado barco de cruzada, una especie de “melillero” que atravesaba el mar de Alborán procurando evitar a los piratas berberiscos que estaban siempre al acecho. A lo largo del siglo XVII las obras portuarias permanecieron prácticamente paralizadas.
Las aguas del litoral malagueño eran por entonces muy peligrosas. No solo por los piratas que desembarcaban en las playas llevándose como esclavos a los que encontraban a su paso. También por las amenazas de flotas francesas o inglesas, que en alguna ocasión cañonearon la ciudad. El 4 de agosto de 1704 una escuadra angloholandesa de más de cincuenta buques, dirigida por el almirante Rooke se apoderó de Gibraltar. Poco después se hacían a la vela hacia aguas malagueñas, llegando en el amanecer del día 24 a sus costas y se inició la lucha. Fue la famosa batalla naval de la bahía de Málaga.
Al término de este largo conflicto Felipe V ordenó en 1717 proseguir con las obras del puerto, largo tiempo paralizadas, y las puso bajo la dirección del ingeniero Bartolomé Thurus. Se establecieron los correspondientes impuestos para sufragarlas, se redactó el oportuno proyecto y el 26 de abril de 1718 el gobernador de la ciudad informó al rey que se había puesto la primera piedra en el muelle de San Felipe.
Thurus diseñó un puerto cerrado, cuya bocana protegía con una fuerte cadena para evitar el ya crónico problema de la pérdida de fondo en la dársena por las arenas provenientes del Guadalmedina. Los trabajos continuaron bajo la dirección de otros ingenieros, entre ellos Jorge Próspero de Verboom, que ante el citado problema de aterramiento modificó el diseño anterior con un puerto “abierto”, en el que las corrientes de levante, con un flujo casi permanente, se encargarían de “extraer” los citados acarreos, el tradicional enemigo de estos muelles y de su tráfico portuario.
En 1783, a propuesta de Miguel de Gálvez, se produjo una extraordinaria iniciativa urbanística, el rey aprobó la creación de un amplio paseo sobre los terrenos portuarios situados delante de la Puerta del Mar. De aquel mismo año son los dos planos levantados por el ingeniero militar Joaquín de Villanova, uno de ellos conservado en la Universidad de Yale y el otro en el Museo Naval de Madrid.
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