Otra
de las muchas historias malagueñas que recoge el profesor Víctor
Manuel Heredia Flores en su obra ‘La mirada recuperada’,
tiene que ver con la recuperación en el siglo XIX de la tradición
de los baños como hábito higiénico y como lugares de reunión y
tertulia de la burguesía.
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Reservado para mujeres en los Baños de la Estrella. |
Los
baños se tomaban por prescripción del médico, en algunos casos, y
por higiene, en la mayoría. Entonces muy pocas casas contaban con
agua corriente, ni mucho menos con cuarto de baño. En el centro de
Málaga existieron varias casas de baños de agua dulce. Los
Baños de Ortiz, en
la antigua huerta del marqués del Vado, hoy
entre las calles de Méndez Núñez y Juan de Padilla,
que abrían todo el año y tenían un gran patio-huerto. A un lado
del mismo estaban las tinas de mármol para los hombres, y al otro
lado la alberca de mujeres, larga y estrecha y cubierta por una
tupida parra. Fueron demolidos en 1893.
Los
Baños de Álvarez o de Las Delicias ocupaban parte de
las huertas del convento de San Francisco, inaugurados en
1844 con acceso por la calle del Marqués de Valdecañas. En
su entrada había un salón con un templete de ocho columnas, con un
surtidor que aprovechaba el antiguo tornavoz del convento. Ofrecía
también baños medicinales al estilo, por ejemplo, de los de
Carratraca. La reina Isabel II los visitó en 1862 y
cerraron tras la inundación de 1907.
Los
Baños de Belén estaban en una casa de la calle de Agustín
Parejo, en el barrio del Perchel, donde antiguamente
habían existido unos baños árabes. Debían su nombre a una imagen
de la virgen que existía en una hornacina junto a la puerta. El
Salón Roma era un local inaugurado en 1891 en el número 9 de
la calle Larios que ofrecía servicios de peluquería y de
baños de aseo para ambos sexos. El abono de una docena de baños
costaba 10 pesetas. Estuvo abierto hasta 1950.
Desde
finales del siglo XVIII los baños de mar debían hacerse en las
playas habilitadas
dentro del recinto del Puerto, con la consiguiente escasa
higiene. La playa que quedaba delante de la Aduana, llamada
Baños de los Ciegos o de las Mujeres, y la de Sanidad,
para las mujeres; la de Pescadería para los hombres.
Debían
bañarse de noche por orden gubernativa, ya que era delito hacerlo de
día. No podían estar en el agua juntas personas de distinto sexo,
ni siquiera aproximarse, bajo pena de uno a cuatro días de arresto.
En 1821 se dispuso la colocación de centinelas para evitar que en el
Baño de Mujeres se introdujeran hombres.
Desde
mediados del siglo XIX se instalaron dentro del Puerto,
adosados a la muralla de la Cortina del Muelle, unas
construcciones de madera que se adentraban en el agua, eran los
balnearios de Diana, Apolo y La Estrella. Por
este motivo, para el baño del público en general quedó la playa de
Pescadería, delimitando las autoridades una parte para
hombres y otra para mujeres.
Hacia
1886, debido a las obras del Puerto, estos balnearios se
trasladaron a La Malagueta y se prohibió el baño en todo el
recinto portuario. La temporada de baños iba de mayo a septiembre,
aunque no se recomendaba iniciarla hasta el día de la Virgen del
Carmen.
Un
artículo de prensa de 1839 habla de las excursiones nocturnas hacia
la playa. Las mujeres
iban de “confianza”, es decir, sin medias ni tocado, portando la
comida, esteras y sillas necesarias. El baño de las mujeres se
caracterizaba, según el articulista, por el griterío, las mujeres
gritaban, reían y hablaban todas a la vez.