La
‘gripe
española’
mató entre 1918 y 1920 a cerca
de 50
millones de personas en todo el mundo. Se desconoce la cifra exacta
de la pandemia que era
considerada, hasta
ahora,
la más devastadora de la historia. Un siglo después aún no se sabe
cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni
de clases sociales.
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Hospital militar de emergencia durante la epidemia de gripe española. Camp Funston, Kansas, Estados Unidos. |
Algunos
investigadores afirman que empezó en Francia
en 1916 o en China
en 1917, aunque
muchos
estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort
Riley,
Kansas
(EE.UU.)
el 4 de marzo de 1918.
Tras
registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a
España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no
censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus
consecuencias a diferencia de los otros países centrados en el
conflicto bélico.
Ser
el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia
se conociese como la ‘gripe
española’. Y a pesar de no ser el epicentro, España
fue uno de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y
300.000 personas fallecidas.
Esta
denominación también
se debió
a los rumores de que la gripe fue provocada por agentes alemanes que
introdujeron en conservas españolas bacilos patógenos. Esta
ignorancia y la falta de cualquier información real durante los
combates, reforzó el miedo, como
recogió
en su momento el periódico francés 'Libération'.
La
Gran Guerra no fue la causa directa de la 'gripe española',
pero sí que tuvo mucho que ver en su incidencia y propagación a lo
que ayudó, no poco, la cercanía entre cuarteles, “la promiscuidad
de los militares y los movimientos masivos tanto de tropas como de
civiles debido al conflicto pudieron haber aumentado”, sentenciaba
'Libération'.
En
esa línea, algunos investigadores vinculan el perfil de las víctimas
con el arraigo del virus de la 'gripe
española'
en el frente, pues creyeron
que
los sistemas inmunológicos de los soldados se debilitaron por la
tensión del combate y por las carencias alimenticias así como por
la falta de higiene, lo que incrementaba las probabilidades de
contraer el virus letal.
La
censura y la falta de recursos evitaron investigar el foco letal del
virus. Ahora se
sabe
que fue causado por un brote de ivirus A, del subtipo H1N1. A
diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y
ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos
saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente
no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con
inmunidad natural.
Fiebre
elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos
ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad. La mayoría
de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una
neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos
disponibles.
Sin
embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de
los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva
o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días.
En
los cientos de autopsias realizadas en el año 1918 los hallazgos
patológicos primarios se limitaban al árbol respiratorio por lo que
los resultados se centraban en la insuficiencia respiratoria, sin
evidenciar la circulación de un virus.
Al
no haber protocolos sanitarios que seguir los pacientes se agolpaban
en espacios reducidos y sin ventilación y los cuerpos en las morgues
y los cementerios. Por aquel entonces se haría popular la máscara
de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila,
aunque fueran del todo inútiles. En el verano de 1920 el virus
desapareció tal y como había llegado.
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