La industria conservera en Málaga tiene una rica historia que
se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la
ciudad experimentó un auge industrial significativo. Este sector
desempeñó un papel fundamental en el desarrollo económico y en la
modernización de su tejido industrial.
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| Conservas Santa Rosa en El Perchel. |
La industria
conservera se desarrolló con retraso, pero algunas de ellas como la del pescado,
tenía en 1930 su peso tradicional, es el caso de los salazones y del
escabeche, existiendo 6 fábricas de escabeche de pescado, 2 de
conservas y dos saladeros, con una producción media anual en las
conservas de 191.050 kilogramos. También destacaban
las 5 fábricas de conservas de frutas, las dos fábricas de aderezar
aceitunas y las 5 fábricas de embutidos, localizadas en Málaga
capital, Antequera, Teba, Benaoján y
Ronda.
La proximidad al mar Mediterráneo garantizaba
una oferta constante de pescado, especialmente especies como la
sardina, el boquerón y el atún. La introducción de métodos de
conservación como el salazón y, posteriormente, las técnicas de
esterilización enlatada permitieron ampliar los mercados. Los
avances en el transporte marítimo y ferroviario facilitaron la
exportación de productos a nivel nacional e internacional.
A
finales del siglo XIX, Málaga ya contaba con numerosas
fábricas conserveras, muchas de ellas dirigidas por familias
locales. La industria no sólo se enfocaba en el pescado, sino
también en frutas, vegetales y productos autóctonos. Los
productos malagueños se exportaban principalmente a países europeos
como Francia, Italia y el Reino Unido. La marca
"Málaga"
se convirtió en sinónimo de calidad, especialmente en conservas de
pescado.
La industria conservera fue un importante motor de
empleo, especialmente para mujeres, quienes desempeñaban un papel
crucial en las fábricas. Las jornadas eran largas y las condiciones
laborales difíciles, pero el sector ofrecía estabilidad económica
en una época de cambios sociales. Además de conservas de
pescado, Málaga destacó por la producción de confituras,
mermeladas y conservas de frutas, aprovechando la riqueza agrícola
de la región.
Con el paso del tiempo, la globalización y la
competencia de otros mercados más industrializados llevaron a una
disminución de la demanda de conservas malagueñas. El
encarecimiento de los costos de producción y las nuevas normativas
europeas afectaron la competitividad del sector.
La
sobreexplotación de los recursos marinos y las restricciones
pesqueras redujeron la materia prima disponible, afectando
directamente a las fábricas conserveras. Muchas fábricas
cerraron, mientras que otras optaron por modernizarse o
diversificarse hacia otros sectores, como el turismo o la
gastronomía.
En los últimos años, pequeñas empresas han
apostado por recuperar métodos tradicionales de elaboración,
adaptados a las exigencias del mercado actual. Estas iniciativas
buscan posicionar las conservas malagueñas como productos gourmet,
valorados por su calidad y autenticidad.