Cuando
Pablo Picasso y Dora Maar se conocieron, ella tenía 29
años y él 55. Fue en París en el mítico café Deux
Magots en 1936, poco antes del comienzo de la Guerra
Civil española. Ella arrastraba una tormentosa
relación con el filósofo Georges Bataille y con el actor
Louis Chavance. Él, ya un dios indiscutido en todo el mundo
del arte, seguía casado con la rusa Olga Khokhlova, madre de
su hijo Paulo, y compartía casa con la sueca Marie-Thérèse
Walter, madre de Maya.
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| Picasso y Dora Maar. |
La
pasión amorosa entre ambos estalló con tal furia que parecía que
nada de lo que ocurría a su alrededor importaba. Como con otras
mujeres, Picasso la retrató decenas de veces. Era su modelo y
su musa. Hasta que, en 1943, todo acabó. Él la sustituyó por
Françoise Gilot mientras que Dora inició un descenso
a los infiernos en una dolorosa caída durante la que recaló en
hospitales psiquiátricos, con aplicación de electroschocks
incluida, hasta terminar refugiada en la religión en su apartamento
parisino, alejada y apartada de un mundo en el que durante unos años
había sido una de sus reinas imprescindibles. La musa divina se
convirtió en una loca a la que muchos fueron abandonando. Su amigo
Paul Eluard fue una de las pocas excepciones entre los que
mantuvieron su amistad hasta el final. Murió en 1997 completamente
sola, a los 89 años
La
leyenda en torno a la persona de Dora Maar ha ido creciendo
con el tiempo. Su biografía está marcada por distintos enigmas
relacionados con su valía como fotógrafa y pintora, a su peso
dentro del Surrealismo, a su actitud política durante la
Guerra Civil española y la Segunda
Guerra mundial, a su locura.
Dueña
de unos deslumbrantes ojos claros cuyo color definía la luz del día,
Dora Maar era una mujer de presencia imponente y porte elegante.
Nacida en París en 1907, era hija de un arquitecto croata y
una madre francesa dedicada a la familia. Su posición económica era
acomodada debido a los años durante los que el padre construyó
numerosos edificios en Argentina. En ese tiempo, Dora
aprendió español, una ventaja para su aproximación a Picasso.
Maar
tuvo una gran preparación intelectual y artística, primero en
la pintura y luego en la fotografía, por la que, desde muy joven,
formó parte de los círculos más vanguardistas del París de
los años 20 y 30. Sus biógrafos mantienen que junto a la pasión
enloquecida que ambos vivieron, hubo un entendimiento intelectual que
Picasso no alcanzó con ninguna de sus muchas otras amantes.
A
finales de los años 20, Maar formaba parte del círculo de
los surrealistas. Era amiga y colega de Brassaï y de Cartier
Bresson. Sus fotografías de personajes de perdedores y excluidos
de la sociedad eran aplaudidas y valoradas entre los expertos.
Amante
del mundo de la alta costura, se movía como pez en el agua en los
ambientes de la alta burguesía y entre las mesas de los cafés que
frecuentaban los artistas de toda índole. Ideológicamente
simpatizaba con los partidos políticos de izquierda, aunque, a
diferencia de Picasso, no llegó a militar en ninguno de
ellos.
Su
manera de entender la fotografía y su popularidad entre los
surrealistas le sirvieron a Dora para entrar en la vida de
Picasso. Muy segura de sí misma en aquellos años, Dora
Maar llamó la atención del artista con una curiosa anécdota
que da pistas sobre el carácter masoquista de Dora.
Ocurrió
en el café Les Deux Magots. Ella se puso a jugar con una
pequeña navaja que habitualmente llevaba en el bolso. Haciendo
saltar la hoja entre los dedos, no detuvo el juego pese a que la
sangre chorreaba por su mano. Picasso quedó hipnotizado y le
pidió sus guantes moteados de sangre.
Dedicada
en cuerpo y alma a Picasso, Dora documenta con su
cámara la compleja realización del mural más famoso del mundo, el
Guernica. Su objetivo detalla la metamorfosis de los
personajes que ocupan la tela, un trabajo por el que nunca llegó a
cobrar nada, ni siquiera los derechos de reproducción que tan bien
le hubieran venido en sus difíciles años posteriores.
Ambos
comparten amistades, veranos, viajes, trabajo y vida. Y especialmente
sexo, algo en lo que Picasso parecía ser tan insuperable como
en su pintura. Pero mientras que para ella no había más mundo, él
seguía viendo a otras mujeres. A sus anteriores amantes y a las
nuevas. Y la bellísima y deslumbrante Dora pasó a ser la
mujer desencajada, rota y llorosa que acabó, como ya se ha reseñado,
ingresada en un psiquiátrico.
Más información: Mujer con los brazos levantados